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miércoles, 15 de abril de 2015

Los Asháninkas guardianes de la selva amazónica.

En medio de la idílica selva central peruana, entre una base del ejército, un aeropuerto militar norteamericano y la vegetación más densa del planeta, se encuentra Samaria, una pequeña comunidad de refugiados asháninkas afincada a las puertas de la Amazonía. Allí viven 14 familias, unas 65 personas, y todas ellas tienen algo en común. Además de pertenecer a la misma tribu, todos han vivido la violencia y el terror de Sendero Luminoso: grupo maoísta radical y sectario que tuvo aterrorizado a todo Perú —y en especial a esta comunidad— cuando asaltaban sus aldeas y los mataban a todos a machetazos mientras prendían fuego a sus casas. Los asháninkas son la etnia más numerosa y más extendida de la Amazonía. Han sufrido la sangrienta y despiadada guerra civil que lanzó a Perú al abismo en los años ochenta, convirtiéndolo durante más de 20 años en una carnicería de indígenas con más de 6.000 víctimas mortales contabilizadas (y las que nunca se encontraron) y más de 5.000 secuestrados.
 
“Hemos pasado mucho miedo”, dice Yolanda. “Fueron unos años de mucha violencia”. Yolanda tiene 35 años y vive en Samaria, como su hermano Elías, que actualmente es el jefe de su comunidad. Sus miembros se agrupan en pequeños grupos y cada uno tiene su líder, elegido por los habitantes de la aldea. Elías es el responsable de que en Samaria reine la paz y se encarga de atender las necesidades que puedan surgir. Además de la lengua propia de su etnia, habla español perfectamente, esencial para poder comunicarse con otros pueblos y con las organizaciones que les representan ante el Gobierno.
 
A pesar de que el castellano es el idioma oficial de Perú, no todos los asháninkas lo hablan. Los niños de Samaria aprenden castellano en la escuela. “Y también inglés”, dice Eva entre risas. Tiene 12 años y es la mayor de cinco hermanos. Ayuda mucho a sus padres, se ocupa de sus hermanos pequeños y siempre está dispuesta a echar una mano. Le gusta mucho ir al colegio, aunque tiene que desplazarse varios kilómetros cada día, ya que en Samaria solo hay escuela primaria. En la actualidad todas enseñan los dos idiomas. Muchos adultos, sin embargo, no aprendieron castellano porque no tuvieron las mismas oportunidades que sus hijos, ellos vivieron una época de inestabilidad y miedo.
Los niños que corretean hoy por la aldea de Samaria no recuerdan ese temor, ya que nunca lo vivieron, pero el incesante rumor de los helicópteros sobrevolando el poblado les muestra que ya no están en el paraíso.
 
A pesar de todo, estos indígenas viven el día a día con normalidad y se respira un ambiente tranquilo en la comunidad. Se levantan temprano  y los hombres salen a cazar o a pescar en el río mientras las mujeres buscan madera para hacer fuego o van a por yuca para preparar una bebida llamada masato.
Cuando se visita un poblado asháninka es necesario dirigirse al jefe de la comunidad como muestra de respeto y de educación. Él es quien concede el permiso. Elías es un líder muy amigable y con un gran sentido del humor, como la mayoría de sus vecinos, que ríen a carcajadas cada vez que tienen la oportunidad. Es hospitalario y se muestra contento cuando algún forastero se interesa por conocer Samaria. Elías es muy respetado y visita a menudo a otras familias para comprobar que todo está bien. Estos días sus visitas son más frecuentes, ya que se avecina una fiesta: la escuela de Samaria está de aniversario y todos están invitados a la celebración. Cuando hace su aparición rutinaria, la gente le invita a sentarse y a beber masato, gesto de bienvenida en su cultura.
 
El masato es la bebida de la selva. Se elabora a base de yuca fermentada y mezclada con la saliva de las mujeres. La forma de hacer masato es un arte y el sabor es muy apreciado. “En la selva todo el mundo la bebe", dice Elías. Cuando reciben una visita, también se le ofrece masato como muestra de bienvenida y, en cuanto el agasajado lo prueba, empiezan las carcajadas incontenibles de todos los presentes. “Sabemos que no a todo el mundo le gusta”, comenta Elías.
 
La cultura de esta minoría está basada en el respeto a la naturaleza y a los demás como principios básicos. Asháninka significa persona y su cultura se define por unos valores universales que cualquier ser humano entendería. “No nos gusta la violencia y creemos en la educación como el gran motor del desarrollo” afirma Ruth Buendía, lideresa.
 
Ruth Buendía Mestoquiari es la máxima representante del pueblo asháninka y actualmente es la presidenta de la Central Asháninka del río Ene (CARE), una organización sin ánimo de lucro creada para defender los derechos y el territorio de esta minoría. Buendía está cosechando un gran éxito por su gran labor en defensa de la selva y los derechos de su pueblo. Su activismo no solo defiende el pulmón del planeta, que no es poco, sino que traspasa fronteras y pone en evidencia a los gobiernos que ignoran la necesidad de proteger y respetar el medio ambiente.

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